La creación

Hay tres preguntas que el Hombre se viene haciendo desde la noche de los tiempos y que, los filósofos, empeñados en volvernos tan locos como ellos están (cuando no en engañarnos), no han respondido sino con evasivas, con descabelladas teorías o con artificiosos discursos, a menudo descargados en unos tochos inabarcables y que, como mucho, sirven para hacer ejercicios de levantamiento de peso: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos?

Para las personas de bien, las respuestas están en Dios. Y son tan antiguas como el propio hombre (y la impropia mujer que, en un pis pas, fue hecha por Dios de una costilla del primero; lo que me hace ahora caer en la cuenta de que el hombre tiene una costilla menos que las que inicialmente tenía. O sea que las que inicialmente teníamos eran impares, puesto que ahora son pares.

Los hombres somos seres creados por Dios a su imagen y semejanza, para gloria suya, y sobre todo porque se aburría, él solo en el Cielo, sin hembra con la que discutir. Así de simple. Y viene bien clarito en el Génesis, escrito por Moisés.

La creación del Hombre y del propio Universo duró siete días. Lo pudo haber creado en uno solo, pero ya sabía Dios que el siete iba a ser un número más bíblico y, en general, más venerable y significativo. Así, además de los días de la creación, en el libro del Apocalipsis, hay siete iglesias, siete sellos y siete trompetas y son siete los pecados capitales; igual que son siete los colores del Arco Iris, siete las notas musicales, siete los días de la semana y siete novias para siete hermanos. ¿Qué más pruebas necesitamos?

La Creación es no solo una obra monumental, grandiosa, inconmensurable, sino que también es el mayor milagro de todos los tiempos. Veamos:

El primer día creó Dios creó los cielos y la tierra. Los cielos son lo que está más allá de la tierra, salvo las estrellas y sus planetas que los crea más tarde, en concreto el cuarto día. En esta primera jornada de trabajo (Dios no necesita una larga historia laboral, porque no necesita pensión de jubilación), separó el Creador la luz de las tinieblas y llamó día a la luz y noche a las tinieblas. Obsérvese lo grandioso del milagro de crear la luz sobre la tierra sin necesidad del Sol, que, como estrella que es, lo crea tres días después. Aquí se ve el sin igual poderío del Señor.

El segundo día, creo Dios el cielo. Aquí se ve una aparente contradicción, pues el primer día, como se ha dicho, ya había creado los cielos, además de la tierra. Pero es solo una apariencia de contradicción. Este cielo forma una barrera entre el agua sobre la superficie de la tierra y la humedad en el aire. O sea que lo que crea en este segundo día es, dicho llanamente, la atmósfera; al otro lado de la cual está el Cielo 2. Y éste no tiene nada que ver con los cielos ni siquiera con el Cielo 1. Éste último, como sabemos, es el lugar en el que vivía Dios ya antes de la Creación. Dicho claramente: en el conjunto cielos no se encuentra este cielo del segundo día ni el cielo donde ya vivía Dios. Lo que evidencia la magnitud de la grandeza divina, su quehacer milagroso.

El tercer día creó Dios la tierra seca. Porque es claro que la tierra que creó el primer día estaba húmeda. Así que, separando el polvo de la paja (perdón por la broma), lo que hace el Creador en este día es ni más ni menos que hacer aflorar de las aguas de los mares, la tierra de pisar. Y no solo lo hace con esa facilidad que tiene para hacer las cosas, sino que además declara que esto es bueno; como no podía ser de otra manera. Pero no se conforma con ello, sino que en este día crea dios la vida vegetal; tanto los árboles grandes como la hierbecilla. Ahí es na. Ah, que se me olvidaba: y también declara que esto es bueno. Normal (que nadie piense que, si lo declara bueno después de hacerlo, es que se trataba de una improvisación. Pero no. Es una forma de hablar de Moisés, que es humano y puede errar).

El cuarto día, no conforme con todo lo anterior, Dios crea las estrellas y los cuerpos celestes, entre ellos el Sol y la Luna, como es de suponer.

Hasta este momento los cielos estaban vacíos, lo que era bueno, como ya había declarado el Señor, pero lo hizo aún mejor: llenó los cielos de objetos. Solo alrededor del Sol creó siete planetas (otra vez el número mágico). Y como es sabido por todos el Sol y sus planetas dan vueltas desde entonces alrededor de la Tierra que, al ser plana e infinita, sólo Dios podía hacer ese milagro.

Y por cierto, fue a partir de este cuarto día que empezó a contarse, por así decir, el Tiempo, que contiene (otro milagro) todo lo transcurrido desde entonces, es decir desde el cuarto día. Con lo que los tres días anteriores no forman parte de él. Son, por así decir, atemporales. Sí, porque es a partir de este cuarto día, y no del primero de los siete (que es cuando Dios separa la luz de las tinieblas), que empiezan el día y la noche, propiamente hablando, y por tanto a desplegarse el Tiempo. ¿Cabe mayor grandeza?

El quinto día crea Dios toda la vida en el agua y los pájaros.

Aquí hay un problemilla, que seguro que tiene una explicación. Problemilla que necesariamente debemos achacar al autor del Génesis, Moisés, al que se debió olvidar o no entendió algo de lo que le fue revelado por el Creador sobre su obra. Porque los insectos voladores son pájaros o qué son, Moisés, tío. Y encima los hay de tierra y de agua, por así decir. Luego, por tanto, hay dos momentos en los que crea insectos, uno primero, el quinto día, en el que crea Dios las aves y los animales marinos, y un segundo día, en el crea a los insectos voladores de tierra seca, pues también son y se pueden encuadrar entre los animales que crea el día siguiente, el sexto, porque al fin y al cabo, aunque esos insectos vuelan, la mayor parte del tiempo lo pasan en tierra firme, como el resto de los animales que viven sobre la misma. Ya si eso, cuando nos muramos y en el supuesto de que vayamos al cielo nos enteraremos bien del asunto, y de cualquier otro asuntillo que no hubiese sido bien transcrito de la revelación al papel; debiendo en todo caso disculpar a Moisés, que al fin y al cabo tuvo trabajo para aburrir: escribir el Génesis, los Diez Mandamientos, liberar al pueblo judío, separar las aguas del Mar Rojo, convertir su báculo en culebra delante de Yul Brynner y mandar las 10 plagas de Egipto. Bien se le puede perdonar un pequeño desliz. Ya tuvo tela que pudiera mantenerse a flote en un canasto de mimbre, en las entonces torrenciales aguas de río Nilo, siendo un bebé de tres meses…

Conviene aquí desmentir de una vez por todas la tontería esa de los dinosaurios. Existe toda una mitología sobre este asunto, más propia de la cinematografía que de cualquier otra cosa. Hasta se ha llegado a decir por los “científicos” que las aves son especies de dinosaurios y que las gallinas y los avestruces son directos descendientes del ¡tiranosaurio rex!. Jajajaja. ¡Venga hombre! Los dinosaurios no existieron nunca. Si Dios los hubiera creado no habría permitido su extinción, ni por un meteorito ni por nada. Toda la Creación sobrevive, como no puede ser de otra manera. Ni meteoritos ni glaciaciones ni na de na. Poner en duda la infalibilidad de Dios es sencillamente ridículo. ¿¡Cómo iba Dios a tener fallos!? Todos esos inventos son obra de Lucifer y de la Warner Bros, pero de éstos hablaré otro día…

El caso es que, al finalizar el quinto día y todo lo que en él creó, Dios declaró buena esa obra, como siempre. Pero para obra, para obrón, lo que hizo al día siguiente:

El sexto día, Dios crea todas las criaturas que viven en tierra firme (¡incluidos los insectos voladores que no son de agua?). Esto incluye todo tipo de criaturas no incluidas en los días anteriores y, ¡¡¡tatachán!!! ¡¡¡el Hombre!!! Este sexto día de la Creación pero tercero del Tiempo, fue sin duda el más importante, obviamente. No en vano toda la Creación no tiene otro objeto que servir al hombre; que, de nuevo no en vano, es el único de los seres creados por Dios que está hecho a su imagen y semejanza. Así que en este apoteósico día creó Dios todos los bicharracos que no vuelan ni nadan: las serpientes y culebras y toda clase de reptiles, las arañas, las hienas… y el Hombre, que incluye la mujer. En fin, todos los animales del suelo y el subsuelo y la primera parejita hombre/mujer. Y naturalmente, como en cada uno de los días anteriores, el Señor de los Cielos (o del Cielo que está al final de la Atmósfera, o del Cielo a secas) declara buena esta obra.

Así que ¿quiénes somos? Es obvio: somos el Hombre (incluida la mujer).

Pero si esta pregunta era fácil de contestar, porque prácticamente ya estaba contestada antes de que esos marrulleros llamados filósofos se pusieran a enredar sobre el origen del hombre y, los luciferinos científicos, comenzasen después a divulgar fantasiosas “teorías” (que no son más que eso, teorías, que no revelaciones) sobre “el origen de las especies”, el Big Bang, la Relatividad General y, por si fuera poco, la Especial, el mundo atómico y el subatómico, la Teoría de Cuerdas, el Multiverso, los universos paralelos, los agujeros negros, la constante cosmológica, el calentamiento global y su puta madre… Si la primera pregunta (¿quiénes somos?) era fácil de contestar, digo, la segunda no tenía misterio alguno. Pero ellos, venga, a liarla. ¿Qué de dónde venimos? ¡Del Creador! ¡De dónde coños vamos a venir! El peor invento de los luciferinos fueron los putos libros, y ahora, el más reciente, el puto Internet, la Wikipedia y las putas “redes sociales”. ¡Y sí, es cierto, me estoy cabreando! ¡Qué cojones! Ahora hasta el más tonto de los estudiantes de “físicas” se inventa una nueva “dimensión”. ¡Y lo “demuestran” “matemáticamente”! Ahí, venga a hacer fórmulas y más fórmulas que no entiende ni su puta madre. ¡Con lo sencillo que es todo! Pero Belcebú a lo suyo… Venimos del Creador. Punto. Ya lo dijo Guillermo de Ockham, fraile franciscano del Siglo XIII, que definió lo que se conoce como la “navaja de Ockham”, que no es otra cosa que “la explicación más sencilla es la más plausible”. ¿Y qué hay más sencillo que la Creación? Nada, pues no tiene misterio alguno, por mucho que se empeñen esos que, de tanto inventar, no se ponen de acuerdo ni siquiera en número de las “dimensiones que hay ¡¡¡Alto, ancho y largo!!! ¡¡¡¿Que es lo que no se entiende?!!!

Aunque, como no es oro todo lo que reluce, tengo que decir, para mi pesar, que el tal Guillermo de Ockham dio lugar a malentendidos. Lo que hizo que algunos de sus seguidores, como por ejemplo Jean Buridán (el del borrico), terminase por abrir la caja de los truenos, es decir la cosa de la “causalidad”, y que abrió una enorme brecha por la que se metieron a hacer daño Lucifer y sus miles de demonios. Sí, porque a las tres preguntas iniciales le empezaron a sumar otras muchas, otras muchísimas, que en este punto de la Historia amenazan con confundir definitivamente al hombre (y la mujer…). Galileo Galilei fue tal vez el principal culpable. Ya antes Copérnico había comenzado a tocar un poquito lo güevos, pero el Galilei este, un astrónomo, filósofo, ingeniero, matemático y físico italiano, según cuentan sus maléficos seguidores, fue el actor principal del Mal, con aquello de “Eppur si muove”. Si le hubieran quemado en la hoguera o, mejor aún, si la Santa Inquisición hubiese hecho su trabajo, ahora no estaríamos así. Pero como la Iglesia es de perdonar…

Venimos del Creador, que nos hizo. Hizo primero a Adán y luego de una costilla, como es sabido, hizo a Eva; Dios hizo la primera parejita y le dijo aquello de creced y multiplicaos. ¡Que vaya si lo hicieron, sobre todo si contamos como hombres (y mujeres) a los chinos y a los indios de la India…! Aunque, en honor a la verdad, tengo que decir que aquí Moisés debió meter otra vez la gamba al trascribir lo que le fue revelado, porque, si Adán y su costilla tuvieron tres hijos varones ¿cómo se multiplicaron sin pecar gravemente; pues salvo que la madre tuviese relaciones sexuales, con éxito, con alguno de los hijos, no hay nada que pueda explicar la descendencia posterior. Que fue mucha descendencia… Es verdad que Eva tuvo que ser un poco puta (dicho aquí entre nosotros), pero yo creo que la cosa tiene otra explicación, de la que nos enteraremos cuando, ya en el cielo (y no me preguntéis en cuál de los de los tres), los que consigamos alcanzarlo, tengamos acceso ilimitado a la Verdad. Entonces sabremos con seguridad qué fue lo que pasó verdaderamente con la tentación de Eva por la inteligentísima culebra, y de cómo la mujer le hizo pecar también a Adán. Igual que sabremos si entonces las serpientes y las personas hablaban el mismo idioma, o si cuando Dios condenó a la serpiente a arrastrase por la tierra (“Por haber hecho esto -le dijo- entre todos los animales, solo tú serás castigada. Tendrás que arrastrarte sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida”), solo pensaba en las serpientes de tierra estrictamente hablando, y no en las de agua. También sabremos cuando estemos en el cielo lo que lo consigamos, cómo se desplazaban las serpientes antes de ser condenadas a arrastrase por los suelos. Igual que sabremos, definitivamente, con quién tuvo hijos Eva, además de con su marido, o por qué Dios, que todo lo ve y todo lo sabe, buscase a voces a Adán y Eva por el Paraíso y les preguntase si habían comido del árbol prohibido (que ya es cojonudo que le hubiese puesto de nombre “Árbol del de la ciencia del bien y del mal”; que da cosita, y confunde, llamar «árbol de la ciencia” al árbol del conocimiento sobre el bien y el mal.

Pero, misterios o malas trascripciones aparte, lo que importa es que venimos de Adán y Eva. Por cierto que, estoy pensando que ¿si no hubiesen pecado, los gilipichas, su descendencia no habría sido condenada a ganarse el pan con el sudor de su frente (menos los políticos y los capitalistas) y no habría muerto ni uno de sus descendientes, por lo que hace tiempo que nos hubiéramos empezado a caer por todos los lados de la plana Tierra, como pasará en el año 2.921 en el Cielo; de lo que luego hablaré. De hecho, a estas alturas y dado el tiempo transcurrido desde la Creación, unos seis mil años según las fuentes cristianas más autorizadas (dos mil desde el nacimiento de Cristo y otros cuatro mil años antes) ¿cuántos millones de seres humanos seríamos, de no haber muerto ninguno? Desde luego no cabríamos en el mundo…

Seis mil años. Y ya me parecen demasiados. Porque ¿cómo iba a esperar tanto tiempo Jesús en venir a salvarnos? O peor aún ¿cómo habría esperado tanto si las teorías “científicas” tuviesen razón sobre la verdadera edad de la Tierra? ¿Habría esperado Jesús nada menos que 5.000 MILLONES de años en venir? ¿Cuántos millones de seres humanos no habrían podido conocer, en tal caso, la palabra de Dios hecho hombre y no habrían tenido la oportunidad de salvarse? Pero los científicos ¿están tontos o están tontos? ¿Qué será lo próximo? ¿Veinte mil millones? ¿Treinta mil? Pues no: la Tierra tiene seis mil años. Y punto.

Dios creó al Hombre (y a la mujer) el sexto día, tercero del Tiempo, y, como todas las demás, declara buena esta obra; que con toda seguridad es la más importante de la Creación, puesto que, como ya he dicho, nos creó a su imagen y semejanza…, aunque imperfectos, eso sí, dentro de la perfección de la Magna Obra. Otra aparente contradicción, pero que tiene la sencilla explicación de que esa fue la voluntad del Señor. Y solo aquellos que han sido ganados por la causa luciferina, se dedican a malmeter al respecto, porque se ve que no tienen otra cosa que hacer. Dios nos hizo imperfectos, pecadores, pero nos dio el libre albedrío, que es el quid de la cuestión. Nos hizo capaces de decidir a qué lado queríamos ir al Suyo o al del Mal, al de la salvación o al de la perdición, al del Cielo o al del Infierno. ¿Para qué hacernos pecadores, malos en definitiva y luego venir a salvarnos? pregunta algún luciferino… No lo desveló. Porque precisamente eso es lo que descubriremos cuando muramos y vayamos al Cielo o al Infierno. El caso es que Dios quiere que nos salvemos.

Así que, a los cuatro mil años de la creación del mundo y el universo, que ya me parecen muchos -¡y no a los cinco mil millones de años que dicen los ateos-, el Padre se hizo hijo y hombre y nos vino a enseñar el Padrenuestro. Pero de esto ya hablaré en otro momento, porque ahora lo que procede es hablar de la creación del hombre (y de …).

Pues bien, la verdad es que, además de lo ya dicho, la creación del hombre (y…), es un poco liosa porque, a pesar de que nos hizo a su imagen y semejanza, no solo hizo hombres sino también mujeres; lo que ha dado pie a esa raza de feministas supremacistas para defender que Dios en realidad es Diosa. Y ya puestos, los negros, que se apuntan a un bombardeo, se preguntan que por qué iba Dios hijo a ser blanco, con ojos azules y lacia melena al viento, habiendo nacido donde nació… y, como postre los gais, los trans, las lesbianas, los bisexuales y los intersexuales… ¿Qué pasa -se preguntan-, que nosotros no estamos hechos a la imagen y semejanza de Dios? ¡Los maricones…! ¡Será posible!

Y ya puestos, vamos a quitar la careta a esos progres que, como si fuesen aviadores de Chesterton, creen haber creado el vegetarianismo… Pues no: Dios nos hizo, nos ordenó de hecho, al menos inicialmente, ser vegetarianos. Así que esos progres que no comen nada más que lechugas y otros yerbajos, y que pasan de la Palabra Divina -comunistas de mierda, no han creado nada. El primer vegetariano de verdad es Dios -¡gilipollas, que os creéis el ombligo del mundo!-, que además nos ordenó serlo.  Aunque también he de decir que luego matizó esta orden “Todo lo que se mueve y tiene vida, al igual que las verduras, les servirá de alimento. Yo les doy todo esto. Pero no deberán comer carne con sangre; la sangre es vida” Génesis 9.3–4. (Esta aparente contradicción y otras de índole similar, han dado pie a los luciferinos para desmentir la autoría de Moisés sobre el Génesis, afirmando que en realidad esta obra suya la escribieron, a trozos, varios autores…. ¡Mentecatos! ¡Dios escribe derecho con renglones torcidos! ¡Dios no está sujeto a las normas de la lógica humana ni a ninguna regla! Como Creador, puede cambiar de opinión cuando quiera. De hecho, podría cambiar los diez mandamientos y decir, por ejemplo, que los hijos no deben honrar a sus padres y ordenar -al contrario- que los deben matar! Porque lo que es bueno es la voluntad de Dios; que no es Razón sino solo Voluntad, como dijo el sabio ya mencionado, Guillermo de Ockham; que como advierto en mi obra Del Derecho y del Revés, siguiendo a este gran religioso, nuestro Creador “podría ordenar arbitrariamente que se le odiase, cambiando así el mandamiento de que se le ame por encima de todas las cosas; pues se estaría condicionando, poniendo en duda, la omnipotencia divina cuando se admitiera que las cosas por sus propias esencias naturales puedan tener “modelos” o “ideas” a los que hubiera de conformarse la voluntad creadora de Dios. Para este fraile, filósofo y político, Dios obra libremente sin que su voluntad necesite ser iluminada por su razón. Más aún: este autor nos dice (¡echaros a temblar!) que Dios aún no ha decidido muchas cosas que afectan a nuestra convivencia…”. ¡Apretaros los machos, maricones!

Y el séptimo día descansó. Que no es que Dios necesite descansar, como es fácil de entender, sino que no creó nada más… en esos siete días. Pero ni siquiera a día de hoy ha dicho Dios su última palabra: “Dios aún no ha decidido muchas cosas que afectan a nuestra convivencia…”. Así, con el conocimiento que nos dio, es fácil suponer que, después de la Creación, decidió dar a luz a otras muchas cosas distintas de las que creó en aquellos siete días. Como las casas, los aviones, el móvil o los Bancos; que tanto afectan a nuestra convivencia. Yo diría incluso que la aparición de Pablo Iglesias no puede deberse sino a la voluntad creadora de nuestro Señor. ¿Acaso no detenta el don del conocimiento y de una cierta infalibilidad? ¿No se ve en él, ni él se ve a sí mismo como un Juan Evangelista, cuando menos?

Lo que sí estableció Dios como patrón definitivo de descanso, fue un día de cada siete. Fueron los hijos de puta de anarquistas los que, luchando despiadadamente contra los creadores de empleo, impusieron, después de aquel aciago primero de mayo de 1.886 en Chicago, la jornada laboral de ocho horas y un poco más tarde el día y medio de descanso, y luego los dos días; así como más tarde acabaron con los matrimonios de conveniencia proclamando el amor libre, de donde nace el divorcio, el aborto y la puta madre que los parió.

Pero volviendo al hilo: ¿A dónde vamos? Muy fácil: al Cielo o al mismísimo infierno.

Vamos al cielo si hemos sido buenos. Allí está Dios rodeado de todos los ángeles, menos los que están en misión especial, guardando a las personas vivas (los famosos ángeles de la guarda). Los ángeles y los que han sido buenos en vida corretean por las nubes de algodón, saltando como en las camas elásticas. No necesitan comer, porque ya no tienen cuerpo. Ni trabajar porque ya no necesitan comer y además están muertos. Así que se pasan toooodo el día jugando a saltar de nube de algodón a nube de algodón. Cuando se aburren rezan el ángelus, como es propio. Muchas personas se conocen de cuando estaban vivas. Y conocen a otros porque eran famosos en vida, cono Joe, el de Bonanza. La foto de familia es espectacular. Esta Dios sentado y no hay nadie a su izquierda. Porque Él siempre cumple sus promesas. Por ello están todos sentados a su derecha, a la derecha del Padre. Se hacen una foto de familia cada día, para que se incorporen a la imagen los recién muertos. Está calculado que de seguir muriendo gente con la misma media que ahora, en el 2.921, los últimos en sentarse se van a caer del cielo, porque, como dijo Estifen Joquin, el Universo no es infinitivo, y el cielo está en el Universo. Yo estoy pensando en NO tomarme las nuevas pastillas qua van a salir en el 2.024, hechas con células madre, y que dicen que alargarán la vida un güevo, porque con la mala suerte que tengo me toca a mí caerme por el terraplén del cielo finito.

Bueno, pues ya está. Esas son las respuestas a las tres preguntas de los cojones.

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